Testimonio de
Ramón
Buj Ferrer
«Nací
en Barcelona en 1921, y en
el otoño de 1938, aun siendo menor de edad, conseguí
alistarme
en el Ejército Republicano, siendo destinado al Estado Mayor del
Quinto Cuerpo del Ejército del Ebro.
Pasé la frontera en febrero de 1939
y
fui internado en el campo de Argeles. Más tarde me trasladaron
al
campo n.° 3 de Agde, el llamado «campo de los
catalanes».
De allí saldría con la 91 Compañía
de Trabajo Militarizada, siendo destinados a la región noroeste
de Francia, a construir un campo de aviación, donde nos
pillaría
la desbandada del ejército francés, en mayo de 1940
(1).
Conseguí salvarme de la embestida alemana y llegué al sur
de Francia unas semanas más tarde, camuflándome durante
algún
tiempo en el departamento del Hérault. Al no disponer de
documentación,
un día me detuvieron los gendarmes y me volvieron a encerrar en
el campo de Argeles y poco después me reincorporé a la 91
Compañía. Esta unidad se encontraba entonces en el centro
de Francia.
»Durante el invierno 1940-41 trabajamos
en el arsenal de Roanne (Loire) y más tarde en el
Depósito
de Obuses de Gases, sito en La-Ferté-Hauterive (Allier). En
ambos
lugares los franceses trataban de recuperar el material bélico
para,
según estipulaban las cláusulas del armisticio de junio
de
1940, entregárselo a los invasores. En un momento dado
corrió
el rumor de que a la Compañía la iban a trasladar a la
zona
ocupada por el ejército alemán y concretamente a
encuadrarla
en el ejército alemán y concretamente a encuadrarla en el
dispositivo de la Organización Todt que, como sabes, era la
encargada
de construir el famoso Muro del Atlántico.
Entonces empezamos a pensar en organizar las
deserciones, entre los más decididos, para no contribuir en lo
más
mínimo al esfuerzo de guerra de los alemanes. Pedí
permiso
para ir a visitar a un familiar que tenía en el sur (en el
departamento
del Aude) y, al no verme regresar, lanzaron una orden de
búsqueda
y captura. Fui detenido por los gendarmes y devuelto a la
Compañía.
Pero de allí, como castigo, me pasaportaron al 667 Grupo de
Trabajadores
Extranjeros (unidad disciplinaria), donde conseguí enchufarme
como
secretario-intérprete. A los pocos días, la 91
Compañía
era enviada a las costas del Atlántico. El G.T.E. 667
tenía
su plana mayor en Billón (Puy-de-Dóme) y sus servicios se
centraban sobre todo en el mantenimiento de un Parque Automóvil.
En aquel G.T.E., como en casi todos, los españoles
organizamos en seguida la Resistencia y los sabotajes. La propaganda
que
se hizo en sus filas fue tan intensa que la inmensa mayoría de
sus
componentes acabaron desertando e incorporándose a las Fuerzas
Francesas
del Interior. O sea: a la guerrilla.
A principios de 1942, se lanzó la «Campaña
de los 90 días», en la que se llamaba a los
españoles
a incorporarse a la lucha contra los nazis. Y se emprendió
también
otra campaña: la de exigir la liberación de Luigi Longo,
antifascista italiano y miembro destacado de las Brigadas
Internacionales.
En las primeras semanas de 1943, como recordaréis, se
fundó Unión Nacional Española, que, si
bien
fue una iniciativa
comunista, logró despertar interés por la lucha
antifascista
en muchos republicanos, socialistas, libertarios e incluso personas sin
una ideología determinada, pero que reconocieron que nuestro
deber
era batimos contra los nazi-fascistas europeos allí donde los
encontrásemos.
Mis frecuentes desplazamientos - yo hacía
de enlace con otras unidades disciplinarias - despertaron sospechas en
la policía francesa y un día de marzo de 1942 me
detuvieron.
En Clermont-Ferrand fui condenado por un tribunal militar a 10
años
de trabajos forzados y a otros 10 años de extrañamiento.
Al cabo de un tiempo sería enviado al penal de Nontrón.
Allí
tuve la alegría de encontrar a un grupo de españoles que
ya estaban organizados (2). Estuve con ellos once meses y luego
me
trasladaron a la prisión de Mende (Lozére), donde me
encerraron
en una celda de castigo. Allí tenían encarceladas
también
a varias mujeres antifascistas españolas. Correspondíamos
entre nosotros gracias a la complicidad del cura de la prisión.
Luego nos lo cambiaron y quedamos incomunicados de nuevo.
»Con el paso por las cárceles pequeñas,
la policía francesa iba operando una selección de los
más
peligrosos y así muchos fuimos a parar al presidio más
temido
del sur de Francia: a la Central de Eysses, una antigua abadía.
Durante mi traslado pasé por la cárcel de Montpellier,
que
es donde se formó la expedición destinada a Eysses.
En la Central ya existía una organización
clandestina, en la que los españoles - como siempre -
participaban
activamente. Se llamaba el «Batallón de Eysses» y lo
mandaba un antiguo oficial de las Brigadas Internacionales, el
francés
Fernand Bernard.
La insurrección en el presidio aquel
estalló el 19 de febrero de 1944, organizado por nuestro Batallón.
Los combates duraron algo más de 24 horas, se cogió al
director
y a varios de sus colaboradores como rehenes, pero, al no haberse
podido
coordinar bien la rebelión con la intervención de grupos
guerrilleros del exterior, ésta fracasó y entre los doce
condenados a muerte, como represalias, cayeron dos españoles:
los
catalanes Jaime Serot y Doménec Servetto Bertrán. Serrot
era el séptimo muerto de una familia cuyos otros hijos
habían
caído bajo las balas franquistas en la guerra civil.
A partir de aquellos días, el régimen
penitenciario alcanzó cotas de dureza realmente inimaginables.
Los
interrogatorios y las palizas ya no corrían tan sólo a
cargo
de la policía francesa, como en los primeros tiempos, sino
también
de los agentes de la Gestapo. Durante varias semanas a los 36 detenidos
como sospechosos de haber secundado la rebelión, entre los que
me
encontraba yo, se nos consideró como rehenes.
Al fin se decidieron a sacarnos de allí.
Nos metieron a todos en un vagón metálico especial y nos
condujeron a la cárcel de Blois, que era una de las antesalas de
los campos de exterminio alemanes. Fuimos seguramente los únicos
españoles que transitamos por ella. Luego nos enviaron al campo
de selección de Compiégne, escoltados por una
nutrida
patrulla SS de la tristemente célebre división acorazada
«Das Reich», la que más tarde dejaría tan
trágica
estela de sangre por el centro de Francia (3).
»Nuestra salida de Compiégne coincidió
con el desembarco aliado en Normandía (6 de junio de 1944). Tres
días después ingresábamos en el campo de Dachau.
Tras
la cuarentena me enviaron a un komando exterior. Éramos
unos
veinte españoles y trabajábamos en un terreno de
aviación.
A mí me destinaron a trabajar en una cantera vecina, donde tuve
la mala suerte de accidentarme. Ya sabéis lo que aquello
significaba:
si se enteraban los SS de que ya no eras productivo te liquidaban en el
acto. Pero, afortunadamente, los españoles estábamos muy
bien organizados. Así que, mis compañeros, de escondidas,
me llevaron hasta la propia enfermería del campo de
aviación
y me hicieron la primera cura en el pie, que había quedado
apresado
entre dos vagonetas cargadas de piedras.
He de precisaros que los responsables de aquel komando eran los
SS y los guardianes soldados de
aviación,
pero los amos del cotarro fueron siempre hombres de las Brigadas
Internacionales
- que hablaban alemán y que la sabían muy larga, os lo
puedo
asegurar - y gracias a ellos pude permanecer acostado durante varias
semanas,
hasta que se me cicatrizó la herida. Pero no creáis que
ese
período de convalecencia transcurrió tranquilamente, ya
que
el no poderme valer por mí mismo pudo haberlo echado todo a
rodar
más de una vez y, de carambola, haber puesto en evidencia a la
organización
clandestina española, que, como ya os señalé,
contaba
en su dirección con valiosos elementos de las B.I. Pensar que,
por
aquellas fechas, las cosas ya no les iban nada bien a los nazis y que
estaban
más nerviosos que nunca.
»Durante los bombardeos aliados, mientras
permanecí en el komando de Landsberg, los
camaradas brigadistas me escondían, siempre echado en
una
camilla,
en el bosque. Para que los SS no se diesen cuenta de que yo no
acudía
al refugio, al no poder valerme por mí mismo. Suerte tuve de
aquellos
corajudos patriotas yugoslavos, que sino...
»Cuando sané, en «la cama
clandestina» ingresaron a un prisionero austríaco,
Plehata,
también brigadista. Bueno, me curé de la
herida,
pero enseguida se me declaró el tifus y me pusieron en
cuarentena,
al lado de medio centenar de atacados por la epidemia. Allí
sí
que me vi perdido de verdad, pues cada día pasaban los
médicos
SS y hacían una selección para el matadero. Te marcaban
un
número en el pecho y ya no te escapabas. Un día me
marcaron
a mí. Pero en seguida se puso en marcha la solidaridad de los
españoles
y gracias a un médico nuestro, el doctor Paz, me salvé
otra
vez de una muerte segura. Consiguió meterme en la
enfermería,
donde estuve protegido por unos enfermeros yugoslavos. Ellos fueron
quienes
me colocaron luego en un grupo de recuperación de material
eléctrico,
hierros viejos y chatarra. Y milité, claro está, en la
organización
clandestina española con todas mis fuerzas, cuyo dirigente
máximo
era precisamente el doctor Paz, un hombre admirable en todos los
aspectos.
»A nosotros nos liberaron los americanos
y entonces tuvimos que enfrentarnos con problemas increíbles.
Hubo
que entablar una lucha tremenda para que las autoridades francesas nos
considerasen como deportados suyos, puesto que todos los
españoles
que habíamos caído en poder de los alemanes fue
defendiendo
a Francia. Para conseguir tal reconocimiento nos prestó una
ayuda
inapreciable el político francés Edmond Michelet - ex
deportado
en Dachau -, el que más tarde sería ministro del general
De Gaulle. Así logramos ser evacuados hacia Francia.
Pero no creáis que se habían terminado
las sorpresas. Por lo visto, al acceder a nuestra petición, las
autoridades francesas creyeron que íbamos a cruzar Francia de
paso
hacia nuestro país de origen, que fue lo que hicieron la
mayoría
de los deportados no franceses. Al comprobar que nosotros
pretendíamos
quedarnos en el lugar donde habíamos sido detenidos por los
alemanes,
intentaron meternos en un campo para personas desplazadas de
Chálons-sur-Marne.
¡Esa era la recompensa que Francia reservaba a unos hombres que
habían
combatido por su libertad! Menos mal que los españoles hicimos
todos
frente común, nombramos nuestros delegados y les dimos a
entender
que nosotros no estábamos dispuestos a dejarnos llevar a
ningún
otro campo, del género que fuese más que muertos.»
(4)
1. La desbandada no la protagoniza tan sólo
el ejército francés sino también el testo de los
ejércitos
aliados: el inglés, el belga y el holandés.
2. En el verano de 1944, este penal fue asaltado
por fuerzas guerrilleras y rescataron todos los presos
políticos.
Entre los destacamentos asaltantes estaba el del catalán
Ramón
Vila Capdevila «Raymond». El mismo que, con el nombre de
«Caraquemada»,
actuaría por tierras de Cataluña, con su partida de
guerrilleros,
en el período 1945-1963.
3. En la cruel matanza, que tuvo por escenario
el pueblo de Oradour-sur-Glane, que costó la vida a más
de
seiscientos habitantes, murieron dieciocho exiliados republicanos
españoles,
refugiados allí después de la guerra civil.
4. Este «malentendido» no fue
casual, puesto que se repitió en varios lugares más, y
muy
particularmente en el campo de Mauthausen.
Los cerdos del comandante
Eduardo Pons Prades
Mariano Constante
Editorial Argos Vergara
Barcelona |